martes, 3 de febrero de 2015

Bad day

No eres el centro del universo. En estos mismos momentos está siendo el peor día en la vida de alguien más que no eres tú. El orden cósmico no ha colapsado porque hoy perdiste la cartera, punto.
Recapitulas. No la perdiste porque ayer llegaras ebria a tu casa, no la dejaste caer cuando te detuviste a comprar cigarros y una bebida energética, lo que perdiste entonces fue la recién comprada cajetilla con contenido neto de veinte jodidos e intactos cigarros; no la dejaste fuera del bolso cuando lo vaciaste para buscar lo que perdiste primero, no se quedó en ninguno de los sillones de afuera de tu casa cuando subiste con tu novio y platicabas, ni siquiera la sacaste; cuando volviste a salir por otra cajetilla ni siquiera la tocaste, él te compró la segunda cajetilla porque estabas a punto de estallar en una crisis de histeria –e histeria es un eufemismo.
Definitivamente la cartera jamás salió de la bolsa. Cuando entraste a tu casa y despertaste a tu amiga para que te acompañara a tomar un café sólo tomaste del bolso el teléfono y su cargador. ¿Entonces por qué hoy en la mañana cuando saliste para esa cita de trabajo se te ocurrió pensar que tal vez no llevabas la cartera negra que tanto te gusta, y revisar?
Esa sensación de desamparo que tanto te disgusta está ahí, coludida con la intriga de la pregunta “¿dónde carajo está?”. Perdiste junto con una cartera que lleva años contigo -entre otras cosas-, tu identificación oficial, cuatro tarjetas bancarias y dinero en efectivo, además de utilísimas tarjetas de presentación que gente con la que has trabajado te dio.
Desglosas tu tragedia. La identificación te resulta imprescindible por el tipo de trabajo que tienes y no puedes volver a tramitarla hasta dentro seis meses, cuando haya concluido la temporada electoral que –joder- apenas inicia. Una de las tarjetas es de nómina, vinculada a tu trabajo y aún tenías dinero ahí, el necesario para sobrevivir hasta el siguiente pago. Del dinero en efectivo que llevaba tampoco hablemos. Estás desamparada.
Pero claro, pareciera que hoy concretamente, el universo confabula contra ti. Porque te diriges al banco a solicitar informes sobre cómo solucionar tu situación y te das de frente contra la puerta cerrada de la institución bancaria. ¿Día festivo? ¿Fallo en el sistema? ¿Evacuación por pandemia zombie? Como sea mejor te vas.
Necesitas apoyo moral, no te gusta reconocerlo pero así es. Ha cruzado fugaz por tu mente el primer instinto: quieres a tu mamá; pero ella está lejos y tú sola aquí, más aún, ella no podría resolver ese tipo de situaciones debido a su escasa instrucción en el tema, pero si quieres continuar cavando en la tumba de la desolación entonces recuerda que ella es ya muy mayor y ahora eres tú quien está empezando a ver por ella. Listo, ya puedes tumbarte en posición fetal.
Pero por supuesto que serás tú quien al final resuelva todo, eso lo supiste desde que te resignaste a no volver a ver la cartera y su contenido, pero vamos, un abrazo ahora sería un estimulante bárbaro, sólo que claro, no hay a quien pedírselo y tampoco es que seas de esas que van por la calle regando las plantas con sus lágrimas, así que ya está, tendrás que hacerlo, dile a “él”, sí, adelante, muéstrate en todo tu frágil esplendor y dile adiós a la reputación de maldita insensible que tanto te ha costado forjar, recuerdas que no hay nada que odies más que hacerla de damisela en apuros.
Bueno, el caso es que envías un mensaje exponiendo tu endeble estado emocional, pero resulta que hoy es ese día cuando los hados, bebiendo en un pub dijeron “¡miren ahí está, hagámosla infeliz y juguemos con su fortuna!”; de manera que el mensaje no llega a su destino y nuevas interrogantes desbordan torrenciales. ¿No tengo saldo? Lo que me faltaba… ¿Él no tiene saldo? No lo creo… ¿Se averió la red de telefonía celular? Si es así debo caerle muy mal a Dios.
Y en efecto, parece que le eres de lo más antipática, pues eso fue lo que pasó. Pero déjame recordarte algo ya había dicho: No tienes ni la millonésima porción de importancia que crees tener; el universo no conspiró en tu contra, fuiste un daño colateral dirigido contra alguien que sí importa.
Alguien en el otro extremo debía pagar hoy para no perder su casa. En dirección equidistante a esa persona otro esperaba la llamada que definiría su vida. Incluso cuando llegaste al trabajo escuchaste a varios compañeros despotricar contra la suerte, pero los suyos sólo fueron contratiempos, contigo las desgracias decidieron reunirse a tomar un cócktail.

Perdiste de manera misteriosa un objeto del que dependen infinidad de necesidades cotidianas y lo hiciste justo el día en que la red de telecomunicaciones colapsa así que estás detenida, a eso súmale que no podrás contar con identificación hasta nuevo aviso –dentro de seis meses o incluso más-, pero tú sólo eres un número más, una línea en las gráficas, un punto en las estadísticas de gente a la que un fallo en la red, la temporada electoral o cualquier otra cosa, les arruinó algo mucho mayor.