Llegó
cansada a su casa. Todo el día había estado convirtiendo calabazas en
carruajes, marionetas en niños y cosas de esas. La luna en su cenit y ella no
tuvo ni la ocurrencia de voltear a verla. En cuanto quitó la llave de su puerta
se dirigió rumbo a su cama sin siquiera haber encendido la luz, llegó
tropezando entre ropa sucia y latas vacías de refresco, a su muy, muy ansiada
almohada.