miércoles, 5 de diciembre de 2012

El muro fuera del tiempo


11/febrero/10

Lucía nació con el muro frente a sí, dentro de sí, fundidos el uno con el otro, como si el muro hubiera sido construido en el momento en que Lucía nació, o quién sabe, tal vez fuera a la inversa.

Un día, el muro vino, nadie sabe de dónde. Un episodio borrado de la memoria colectiva. Una brumosa mañana ya estaba ahí, al final del pequeño y tenue jardín, justo de frente a la puerta trasera de la casa. Para todos fue como si siempre hubiera estado ahí, nadie lo edificó; viejo y triste, llegó a instalarse a un lugar que desde siempre le había pertenecido.

De niña, Lucía fue una pequeña figura opaca que se movía sigilosa entre las sombras del interior de la casa, sin más luz ni vida, que la que adquirían sus ojos cuando salía por la puerta trasera de la casa y cruzaba el boscoso jardín, entonces, con el muro frente a ella, sus pupilas tornábanse líquidas y el muro gris, húmedo, casi etéreo, parecía diluirse en esa mirada de agua. Era sólo entonces, que Lucía irrumpía por fin en la realidad, como si naciera cada vez que entraba al jardín.

Cada mañana durante dieciséis años, ella volvía a nacer, emergía de las sombras y atravesaba el inmenso, pequeño jardín hasta llegar al muro, colocábase frente al muro y, extendiendo sus manos sobre el muro, le susurraba palabras que ni aun los ángeles comprendían; pero esa mañana, la Lucía de los dieciséis años se percató de algo en el muro que antes no estaba.

Corroído por los susurros constantes, el muro habíase desvanecido un poco, lo suficiente como para que un sonido más preciso pudiera atravesarlo. El hueco en el muro fue todo un hallazgo para Lucía, quien, preguntándole al muro el significado de tal hecho, escuchó una voz al otro lado.

-Durante mucho tiempo he venido aquí y nunca antes había escuchado un sonido más dulce o mejor articulado –ni el canto de las aves, ni el murmullo del riachuelo– que ahora. Quién eres.

-Una sombra. Igual tiempo he susurrado desde este lado del muro y nunca voz semejante a la tuya –atronadora y clara, como un relámpago en el desierto– me había contestado. Quién eres tú.

-Soy el ángel que guarda los lugares que la mente humana ha olvidado.

El muro había cedido a los susurros de una sombra y de un ángel, quienes desolados, buscaban la sola equiparable compañía del muro, que ahora permitía que se conocieran –reconocieran, tal vez.

No se sabe cuánto tiempo pasó desde el hallazgo en el muro. Cada mañana desde entonces, ellos conversaban a través del muro, siempre sin verse. El muro los separaba y también los unía.

Un día, mientras hablaban, el muro se desvaneció y sólo en ese momento pudieron los amantes verse a la cara. Ella era una sombra. Él, un ángel. Horrorizados, ambos retrocedieron hasta abandonar aquellos jardines metafísicos y apenas parados cada cual en la puerta  de sus respectivas casas, volvieron a ser lo que antes eran, ella, una triste, sombría mujer, él, un ominoso ermitaño. Instalados cada quien en su espacio y su tiempo, no fueron nunca más aquella sombra y aquel ángel fundidos en amor por el muro, que los sacaba de la realidad para instalarlos fuera del tiempo.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Lo otro


 

-          ¡Román!

-          Dime…

-          Espero que ya le hayas dado de comer

-          Aún no, pero voy a hacerlo en cuanto termine con esto…

-          Eres lento. Lo haré yo.

-          ¡De ninguna manera! Es peligroso y ya sabes como se pone cuando vas tú.

 

No hace el menor caso a su hijo y camina con paso firme hasta llegar al granero; oscuro y húmedo, a cada paso la determinación se le esfuma. El crujir de las espigas en el granero es cada vez más repetitivo conforme el viejo avanza. Sin duda eso se percata de la proximidad del viejo.

            El cerrojo se desliza y la puerta apenas es abierta, se oye un gruñido y pasos de cuadrúpedo que se aproximan a gran velocidad, el viejo apenas arroja un plato con nauseabunda sustancia y vuelve a cerrar todo lo que su artrítica agilidad le permite. Román llega casi al instante.

 

-          Te dije que no fueras. ¿Qué hubieras hecho si logra salir?

-          Si te importara como haces creer, lo hubieras hecho tú mismo.

 

            Román calla y sigue a su padre con la cabeza baja. –Que sea despistado no significa que no me preocupe que salga del granero –piensa. Continúan caminando hasta llegar al comedor, donde ambos se sientan.

 

-          ¿Sabes hijo? – Era la primera vez en muchos años que lo llamaba de aquella manera – no tiene la culpa de haber nacido así. Seguro fue la vacuna contra la rabia que le inyectaron a la madre mientras se gestaba.

-          Tienes razón – dijo absorto, tratando de asimilar que lo hubiera llamado de esa forma tan relativamente cariñosa, y continuó contestando de manera mecánica – debe ser eso.

-          Pero debes entender que a mí lo que me preocupa no es el pobre american pit bull deforme que por lástima ocultamos en el granero; y lo sabes, lo que me preocupa es lo otro

El mal del rincón ignóto



Si bien ninguno de los dos amaba al otro, se habían acostumbrado a compartir facturas y la recámara, ni siquiera hablaban y cuando lo hacía era como si estuvieran mal sintonizados. Un día ella decidió que si no se iba la rutina la mataría y partió junto a unos misioneros en una campaña de alfabetización.

Él no sabía a qué inhóspita zona del globo había ido la misión ni por cuánto tiempo, la incertidumbre y la espera lo atormentaban, habría querido abordar un avión al Congo o a Tel Aviv, pero nada le garantizaba que ella estuviera en alguno de esos lugares, así que esperó.

Dos meses después ella volvió. Cuatro meses después de que ella partió, él se enteró de su regreso. La razón de que no se enterara antes era simple: volvió a su departamento de soltera y dejó fuera al mundo, el motivo era lo intrigante y por más que él indagó no obtuvo respuesta, así que harto de tanto hermetismo fue a verla.

Por suerte  llegó justo cuando ella sacaba la basura a la calle. Ahí mismo, él con el uniforme de su trabajo y ella vestida como una esclava, él afirmó quererla todavía y necesitarla en su vida, ella bajó la vista al suelo y se cubrió la cabeza con la chalina dejando libres únicamente los ojos. A las palabras atropelladas de ella únicamente se les extraía el sufrimiento de una negativa necesaria, como consecuencia de un terrible mal adquirido durante la misión. Ella fue firme por el bien de los dos, él no lo fue y la dejó.

Un par de semanas después él dejó todo y cambió su residencia a otra ciudad. Quiso la suerte que coincidiera con un viejo conocido de ambos y fueran a almorzar, esa tarde él se enteró que ella nunca había dejado el país sino que había estado en una comunidad rural y que aquel famoso y contagioso mal que según tenía entendido se propagaría como la malaria, no era otra cosa que un asunto de piojos.

Besa al sapo, Romina



Que los cuentos maravillosos acostumbran dejar una enseñanza todos lo sabemos, también que los dragones que custodian tesoros y princesas son una alegoría, que las brujas no vuelan en escobas sino por el efecto de psicotrópicos y que los sapos no se convierten en príncipes porque el sapo siempre será sapo y el príncipe siempre un altanero… todo eso también lo sabemos, lo que no sabemos es qué tanto hemos dejado de creer en cuentos de hadas.

            Romina, por ejemplo, hija de folcloristas, no tuvo oportunidad de vivir engañada ni si quiera durante su infancia. A diferencia de ella, las demás niñas de su edad todavía creían que alguna bruja las había hechizado y por eso tenían desproporcionada tal o cual parte de su cuerpo; incluso al crecer, muchas iban y se deshacían de sus monedas tirándolas a cualquier pila de agua mugrienta y luego pedían algún imposible. Así eran casi todas las muchachas de su edad, excepto Romina; ella se levantaba cada mañana sin demasiados ánimos y empezaba su vida cotidiana, esa vida que no iba a cambiar de manera repentina por un absurdo golpe de buena suerte o un movimiento de varita de su hada madrina, y para salir se vestía de manera sobria y cómoda, pues sabía bien que al dar vuelta a la esquina no iba a encontrar al amor de su vida al volante de un BMW, porque esa sería la versión moderna del príncipe en corcel blanco. Romina sabía además que la nobleza no iba con ella.

            Como los padres de Romina viajaban con frecuencia en su ardua labor de investigación, la chica llegaba en ocasiones a resentir su soledad, sólo que no se  quedó encerrada a dejar crecer su cabello para arrojarlo por su ventana y que su amado trepara por él, porque ella era alguien sin complicaciones y decidió que era mejor abrir un pequeño bazar y entretenerse en algo productivo. Por esa época fue cuando comenzó a sostener sus primeras relaciones sentimentales con muchachos, relaciones que nunca tardaban más de dos meses, a los mucho tres. Con lo poco idealista que Romina era, sus amigos se sorprendían de lo exigente que podía llegar a ser a la hora de elegir novio, de la incalculable cantidad de peros que ponía a los aspirantes a su corazón y la exagerada manera de pretextar cada ruptura o fracaso; siempre había un guisante bajo el colchón.

            Luego de la última relación fallida que Romina sostuvo en un tiempo récord de casi cuatro meses, ella se desilusionó definitivamente de esa exacerbada cantidad de fluctuaciones químicas del cerebro y decidió que cargaría tranquila con su soltería perenne, no necesitaba nada más de lo que tenía; una casa cómoda, padres cariñosos que siempre le dieron su espacio, un trabajo en donde era su propia jefa y por supuesto, tenía a Vincent, su hermoso gato blanco con negro.

            A Vincent lo conoció una noche en la azotea de su casa, había escuchado ruidos y no sin antes tomar ciertas precauciones subió, y en lugar de encontrar a un acechante malhechor se topó de frente a un hermoso felino; Romina no quiso asustarlo y guardó su distancia aunque sin dejar de observarlo, él por su parte, hiso exactamente lo mismo, y después de unos pocos minutos tanto él como ella se fueron cada quien por su lado. Así fue como empezaron a frecuentarse la desencantada Romina y el gato callejero al que luego nombró Vincent.

            No creo adecuado decir que fue este un caso de domesticación porque seguramente lo más aproximado sería decir que el noble felino y la distinguida muchacha sostuvieron un romance uno con el otro de la manera más idílica que pueda alguien imaginarse, pues nada más idílico que un tejado donde cada madrugada un gato y una dama se encuentran para cenar, iluminados por lámparas estelares pendientes de un techo celeste abovedado. No obstante, por el carácter inverosímil de la situación me abstendré de los detalles sobre cómo el gato comía de la mano de ella durante aquellas veladas y de cómo llegaron incluso a intimar de la forma más idealista que alguien pudiera pensar  –y nada más íntimo e idealista que una joven que duerme y un gato echado en la cama junto a ella, velando su sueño. No, todo esto es sencillamente inadmisible, por eso es mejor convenir que ella estaba sola y el gato también, así que simplemente decidieron compartir sus soledades, Romina le ofreció al gato un hogar y un nombre, y Vincent aceptó.

            Llegado a este punto de la historia debería de decir que “vivieron felices para siempre” pero desde el principio se ha dejado en claro que este no es un cuento de hadas y que las chicas lindas y generosas no atraviesan por innumerables contratiempos antes de encontrar a hombre ideal, porque éste es sólo un arquetipo al cual las mujeres equiparan y aceptan al hombre elegido. Pues bien, resulta que Romina terminó por aceptar la asombrosa situación en la que se había visto envuelta: Vincent, un gato callejero decidió, no por simbiosis, sino por voluntad propia, quedarse junto a ella y sobre su regazo ronronear en la prosperidad y sacar sus garras  por ella en la adversidad. Romina sabía que ningún beso suyo rompería ningún hechizo sobre el gato, para que éste tomara repentinamente la forma de un apuesto mozo… así que antes de que sus padres –que eran sumamente alérgicos al pelo animal– regresaran de uno de sus tantos viajes, Romina se cambió de casa. Decidió que no podía hacerle tanto mal a su querido Vincent ni hacérselo ella misma y una mañana, mientras Vincent recorría las calles de aquel barrio, Romina hiso las maletas y se fue dejando al gato libre de su amor.

            Lo que no sabe Romina, quien en su prodigiosa memoria cita cada cuento maravilloso con su nombre y su autor, es que ese gato aún recorre las calles de la enorme ciudad buscándola, para que un día al encontrarla ella lo bese y pueda romperse el hechizo que una bruja despechada hace tiempo conjuró.

sábado, 18 de agosto de 2012

Más allá de las ventanas del alma...

Uno de los cuentos publicados en este blog tiene ese título... y si atendemos a lo abstracto creo que a esta fotografía el nombre le va muy ad hoc. Cuando tuve esta perspectiva se me vino en seguida la frase.

sábado, 14 de julio de 2012

EL minotauro y la vaca


Cuentan que una vez Teseo, adentro del laberinto, encontróse con el minotauro y éste no le inspiró miedo ni repugnancia alguna. Se trataba de un príncipe, como él; cortés, taciturno, melancólico. Sus enormes ojos de semental, parecían ser de ternero, reflejaban una profunda e inmensa tristeza. Teseo no sólo le perdonó la vida, sino que lo dejó en libertad.

         Una vez libre, el minotauro vagó cierto tiempo, hasta que llegó a un corral y tan cansado estaba que se cobijó bajo un árbol. Ahí fue donde la vio; ella el amor soñado de sus eternas noches en vela; blanca, hermosa y joven. Pensó en acercarse, pero lo detuvo la conciencia de su condición.

         Como la amó resignadamente desde el primer instante, se contentó con seguir sentado viéndola. Era una vaca bella y cautivante. La vio todo el día, cada día, hasta consumirse por aquel amor pacífico.

         Más le hubiera valido ser muerto por Teseo.

viernes, 13 de julio de 2012

Hadas que matan



Era por ahí del S. XII cuando cada vez más personas, principalmente pastores y campesinos aseguraban haber visto hadas y otros seres mágicos; pero los que no habían tenido la suerte de ser testigos de aquellas fantásticas apariciones, creían en lo que les contaban; no había edad, genero o clase social, todos creían, lo mismo niños que adultos, hombre y mujeres, ricos y pobres, parecía que finalmente el pueblo estaba unido en algo… la creencia en seres mágicos.

Aunque sería una mentira si dijera que nunca hubo excepciones, también hubo escépticos, como cierto caballero joven y muy ilustrado de la época llamado Víctor, matemático. 

Cierta tarde escuchó los cuchicheos de dos niñas y lleno de curiosidad se acercó a preguntarles de que hablaban y para su sorpresa las niñas le dijeron que hablaban de hadas.

- ¿Hadas? ¡Ja! – Dijo en tono irónico el matemático – reverenda tontería la que dicen niñas

- Es cierto señor, nosotras hemos visto hadas ¿no es cierto Catalina?

- Completamente Sara, la más hermosa de ellas se llama Fisba

Víctor se fue de ahí sin haber creído ni media palabra de todo cuanto dijeron Sara y Catalina, sin embargo, lejos estaba de sospechar lo que las hadas le tenían preparado para poner fin a su incredulidad.

Cerca de la colina más alta del pueblo se encontraba una magnifica fuente que se decía estaba encantada y habitada por las hadas, era ahí donde Sara y Catalina se daban cita con las más maravillosas criaturas mágicas, entre ellas la hermosa hada Fisba.

Después de haber hablado con el matemático las niñas se dirigieron a la colina encantada para hablar con las hadas.

- ¡Fiiisbaaa! ¡Fiiisbaaa! – Gritaban las niñas en un extraño tono que parecía evocar al hada

De pronto hubo una leve neblina que en seguida se disipó dando a conocer a una hermosa mujer de manos blanquísimas, ojos amarillos y orejas puntiagudas, vestida con un atuendo ligero color amarillo y un par de hermosas alas semejantes a las de una mariposa.

- Fisba hay algo que debes saber, hay un hombre del pueblo, un matemático que no cree en ti ni en las hadas

- A pesar de que le insistimos él piensa que son sólo fantasías nuestras

- Hay que enseñarle a creer niñas – dijo el hada Fisba en lúgubre y dulce tono

Al otro día y exactamente a la misma hora del día anterior, Víctor volvió a ver a Sara y Catalina cuchichear sobre el mismo tema.

- ¿Otra vez hablando de hadas?

- Usted no cree, pero el hada Fisba dice que pronto creerá – le dijo Sara

- sólo síganos y lo llevaremos a la fuente encantada, ahí es donde moran las hadas – añadió Catalina haciéndole una seña rara a su hermana

Antes de que el matemático pudiera reaccionar las niñas ya se habían echado a correr con rumbo a la colina y como ya se hacía noche, el joven matemático no quiso dejar ir solas a las niñas y las siguió para evitar que algo les pasara. Cuando llegaron a la colina, las niñas se deslizaron hasta la fuente encantada y ahí desaparecieron, en vano Víctor las llamó, ellas jamás acudieron. Todavía estaba el matemático tratando de divisar a Sara y a

Catalina, cuando observó como una tenue luz blanca iba convirtiéndose en neblina, la cual finalmente dio paso a la hermosa hada Fisba.

- ¿Sigues sin creer en nosotras? – preguntó Fisba dando vueltas lentamente al rededor del matemático

- ¿Eres Fisba? – preguntó boquiabierto el pobre hombre que ya estaba bajo el encantamiento del hada

- así es Víctor, yo soy Fisba y te agradezco tu preocupación por mis niñas, pero ellas están bien, ya llegaron a sus casas, personalmente arreglé eso

Cada vez que Fisba hablaba se acercaba más y más al matemático con la firme intención de enamorarlo hasta matarlo.

- Dime Víctor, ¿crees que soy bonita? – le preguntó Fisba en un auténtico susurro mientras acariciaba el cabello de Víctor

- eres hermosa

- ¿ya crees en hadas Víctor? – preguntó Fisba nuevamente sin dejar de acariciarlo

- creo en las hadas, porque creo en ti

- ¿amas a las hadas Víctor? – volvió a preguntar ella, esta vez casi rozándole los labios

- amo a las hadas porque te amo a ti

Después de la breve conversión del matemático escéptico con la hermosa Fisba, esta desapareció entre destellos amarillos y de pronto Víctor se vio completamente solo. Al otro día Víctor no hacía más que hablar de su encuentro con el hada y de lo maravillosas que eran esas criaturas.

Pasaron más de 15 días desde que el matemático comprobó la existencia de las hadas y en ese tiempo, no hubo un sólo día en el que no fuera a la fuente encantada a buscar a su amada Fisba, sin embargo ella jamás volvió a aparecer.

Conforme el tiempo pasaba Víctor estaba cada vez más desmejorado a causa de su obsesión enfermiza por volver a ver al hada, al punto que no comía ni dormía por esperarla. Las cosas en torno a la salud del matemático estaban empeorando y no faltó quien se preocupara por él, como René, un folklorista, amigo suyo, quien en cierta ocasión llegó a visitarlo para saber más sobre el hada que lo estaba matando.

- ¿Cómo estás Víctor?

- Impaciente por volver a ver a mi hada amada

- ¿como era ella?

- hermosa; de ojos amarillos casi transparentes, orejas finas y puntiagudas, manos tan blancas como la nieve, un par de alas como de mariposa y ligero ropaje amarillo.

- ¿a que hora le viste?

- ya entrada la noche

- ¿Cómo dijo que se llamaba?

- Fisba

- ¿alguien más la ha visto?

- si, unas niñas, fueron ellas las que me llevaron con el hada

- ¿quienes son esas niñas?

- Sara y Catalina

- escucha, por las señas que me das, parece tratarse de un hada mano blanca

- ¿Qué son esas?

- hadas hermosísimas que aparecen sólo de noche a niños o a adultos que no creen en ellas con el propósito de enamorarlos y enloquecerlos o simplemente matarlos de amor

En cuanto René terminó de explicar esto salio rápidamente a buscar a Sara y a Catalina para tratar de salvar al pobre matemático. Las encontró jugando el la colina y no en la fuente encantada como él esperaba, pero aún así les preguntó por Fisba y ellas respondieron que había ido a despedirse de Víctor, entonces René corrió con todas sus fuerzas a la casa del matemático, pero cuando llegó ya era tarde: el hada Fisba estaba sentada en la orilla de la cama del matemático…

- También te quiero Víctor, ahora debes irte – alcanzó a escuchar René antes de ver como su amigo Víctor cerraba los ojos y segundos después Fisba desaparecía.

viernes, 25 de mayo de 2012

Algúnos preceptos de la música actual

* No importa que tan de la mierda esté una canción, en acústica scasi siempre va a sonar bien.
* En directo no disfrutas ni aun tu canción favorita... a menos que estés en primera fila del concierto.
* Incluso la melodía más armoniosa se escucha como las cuchillas de Freddy Krueger sobre un pizarrón, en versión rémix, y es evidente que sólo disfrutan de estas versiones aquellos que nunca oyeron la versión original.
* Del punto anterior se desglosa que en un antro casi nunca reparas en lo que estás bailando.

La risa del triste Orfeo

sábado, 25 de febrero de 2012

Estampa sonora


Canturreo eólico en una playa nocturna. Rítmicas cadencias de altamar. Olas estrellándose contra escollos a distancia.
     Suspiros armoniosos de un amante que piensa a su amada tendida tendida sobre la lejana arena; caricias murmurantes.
     Pulsaciones agitadas de una dama, cuyo pecho palpita sin control, imaginándose pensada por un caballero que al otro lado de la mar, en compañía de otra contiene su trémula respiración.

viernes, 6 de enero de 2012

Un trozo de nostalgia



Casi todo es igual.
            Cada mañana. Clara, traslucida, con un dejo de Ayer.
            Caminan historias. Transcurren, se escurren; entre unos y otros. Todas ellas parecen reconocerse de otro lugar, de otro momento. Hay familiaridad.
            Cadencias sensitivas. Rítmicos colores volatilizan el ambiente. ¿Estará este lugar decorado de ilusiones?
            Calidez humana. Simpatía, quizás empatía.
            Tenues sonrisas de Aurora, filtradas por los cristales, prefieren quedarse adentro y se contentan con ver de soslayo esa realidad perturbada que acaban de abandonar. La civilización es un mal contagioso. Adentro se pueden resguardar.
            Si. Es preferible estacionarse en esa realidad ajena, trastocada por una temporalidad perenne. Aquí todo huele a Antes. ¿Antes de qué? Antes de la soledad. Antes de la lejanía. Antes del olvido. Antaño.