Renato se levanta con su
reloj biológico puesto al cuarto para las once y sin quitarse la pijama
desayuna, luego juega toda la mañana hasta que algo le dice que pronto han de
llegar sus padres, que de un momento a otro se escucharán murmullos en el
pasillo, el tintineo de las llaves y lo siguiente que va a escuchar son
exclamaciones y sermones inconexos sobre el desorden de la casa, el tiempo que
pasa Renato con los videojuegos y su incapacidad de siquiera haberse quitado la
pijama en todo el día.
Gina es a su modo más
productiva, se levanta y hace su cama, se dirige hacia el refrigerador y saca
cualquier cosa, la caja de leche o el bote de yogurt, come y regresa a su
recámara, se arregla, antes de salir toma la patineta -o la guitarra- y las
llaves, le exaspera que a su regreso tenga que esperar tanto a que Renato le
abra la puerta. El que su hermano tarde un poco más de lo normal en abrirle,
implicaría que se encontrara a sus padres en el pasillo y que la primicia de la
reprimenda se la llevara ella, que no alcanzaría a llegar hasta su dormitorio y
atrincherarse en él.
Los
padres han estado ausentes desde antes de las nueve de la mañana y no volverán
a casa hasta pasado el medio día, cuando Gina haya terminado de pintar su
último pájaro y Renato lea el GAME OVER en la pantalla de la televisión.
Renato escucha una
fricción cuyo ritmo percibe más allá del tintineo de la cuchara sobre su plato
con cereal e infinitamente más allá del crujir de la comida entre sus muelas. El
ruido es lo suficientemente poco habitual como para empujarlo de su ensimismamiento
y el chico se levanta decidido a rastrear el origen de aquel sonido rítmico que
sin embargo, luego de haberse parado se torna cada vez más difuso. Lo primero
que aturdió al muchacho fue el exceso de luz en la sala de estar y los acordes
extraños de alguna canción puesta por su hermana.
Hubiera sido una reacción
lógica dejar de lado las percepciones e ir directamente a la recámara de Gina,
pero Renato no usaba la lógica si no estaba situado en un entorno que no fueran
los videojuegos. De modo que extendió sus manos al frente y palpando el aire
llegó hasta la puerta del baño contiguo a las recámaras y vio a su hermana
sentada en el piso rodeada de gises de colores y la oyó murmurar enajenada algo
que no pudo hilvanar: “Mi golondrina de bolsillo tiene un vuelo… Ya está todo,
menos la sala de estar” y en efecto, Renato pudo comprobar que cada superficie
de vidrio del departamento estaba decorada con pájaros de colores excepto los
de la ventana del saloncito. Renato, quien no acaba de comprender y que tampoco
quiso hacerlo salió del baño con rumbo al salón. “Le quedan pocos minutos”
pensó sin saber por qué y no volvió a pensar en el incidente hasta mucho tiempo
después.
Una pequeña y muy
colorida golondrina disecada a cuya pata fue adaptada una argolla para llavero
fue encontrada por Gina en una banca del parque apenas una semana atrás, un
pajarillo que había ocupado la mente de Gina con pájaros y flores.
La campanada once del
cucú en la cocina coincidió con el último fric
sobre la ventana del saloncito y la inesperada aparición de letras rojas en la
televisión de atrás. Una hora después se oyeron murmullos en el pasillo y un
tintineo de llaves, luego la puerta se abrió y los padres entraron.
Una mañana, faltando muy
poco para las once un joven que trabajaba sentado frente su ordenador palideció
con el repentino pensamiento de si realmente fue hijo único o si había tenido
una hermana súbitamente desaparecida años atrás.