I
Día claro, viento, amor en el aire, una pareja
sentada, en una banca blanca del parque otoñal, árboles altos, de copas
inmensas, corazones sepia revistiendo el suelo terroso.
Son vistos de manera réproba por los transeúntes.
II
Una familia, caminan en armoniosa coordinación;
tomados de la mano van los padres, jóvenes, plásticos, como salidos de un
anuncio de Nestlé, se ven con un amor vacuo.
Sus dos
niños juegan detrás de ellos, corren extraviados del mundo.
Los
jóvenes padres ven en una banca del parque otoñal una pareja de homosexuales
que se devoran uno al otro en un amor pasional. Ambos los ven con creciente
desprecio e indignación.
III
Mismo día, dos niños; niño indiferente, extrañado,
niño de azul que mira a un niño de rojo, junto a él. Niño de rojo, antes de
blanco.
Niño de
blanco que gime exangüe, tiene la playera teñida de rojo, su hermano le mira de
soslayo, sin comprender cómo o de dónde –mucho menos por qué– ha manado esa
sustancia roja, líquida, de uno de los ojos de su hermano.
IV
La pareja amorosa de la blanca banca del parque, que
se matan en amor, se suicidan, se tiran en un abismo infinito –Amor es muerte–
ven repentinamente cómo un hombre y una mujer los observan asqueados desde
enfrente, atrás, sus dos hijos; un niño de azul juega a ser pirata y, con una
rama da poderosa, mortal estocada en el ojo de su hermano, niño de blanco.
V
Flores
vuelan en torno a los hombres y mujeres que pasean, flores que flirtean, juegan
en ese parque otoñal; flores de colores, libres, flores que se posan en otras
flores, cuyas raíces sí se encuentran en la tierra.
Catarinas
observan confundidas cómo la gente gusta de complicarse la vida. El amor es
muerte, ausencia, el único camino hacia la vida es la muerte. Las catarinas y
las flores que vuelan lo saben.