jueves, 12 de diciembre de 2013

De incompatibilidades


A simple vista no parecían una pareja tan distinta respecto a las demás, la relación era reciente y con frecuencia se les veía caminar, reír y hablar; el conflicto radicaba en la personalidad de cada quien, porque aunque afines, Samanta era la calidez de un sol, el canto de un ave matinal, ella era verde y amarillo, una cosecha de trigo. No podía ser de otra forma, ¿cómo más podría ser la personalidad de una pistola de juguete que dispara agua? Incluso sus disparos tenían un efecto refrescante, por eso no era cauta al disparar. Regina en cambio era más como la intrigante pluma fuente colocada siempre en el mismo lugar, se especula su año y origen, pero nadie la inspecciona, no tiene caso; si resultara sólo un artefacto funcional para qué molestarse, y si por el contrario fuera algún tipo de reliquia, media vuelta y a olvidar el tema. Pero Regina también podría ser esa cajita de lata sobre la repisa más alta de la cocina, la decorada con flores de lis o cristales de nieve, y ocasionalmente el silencio de las once am deja oír una discreta fricción metálica, pero casualmente nunca hay nadie cerca que testifique lo que guarda en su interior. No podría ser de otra forma uno de los últimos revólveres de su serie, que ya casi nadie usó. Regina es un arma siempre cargada que pasa por un revólver de juguete que imita a uno real.

lunes, 2 de diciembre de 2013

El fantasma

Y esa noche, antes de acostarse, esa joven que hacía tiempo ya no vivía en casa, le llamó por teléfono a su madre y le dijo:
-Mami, extraño cuando era niña y me acostabas.
            Me mandabas a lavarme los dientes mientras tú arreglabas mi cama y esperabas por mí para ponerme la pijama, luego de meterme en la cama acomodabas las sábanas sobre mí y, finalmente, antes de irte besabas mi frente. Ahora duermo tarde, cansada con ropa.
            La muchacha suspiró y esperó a escuchar la contestación de su madre, que respondió:

            -Pero hija, cuando eras pequeña tú siempre te ibas sola a la cama…

jueves, 22 de agosto de 2013

Sobre una arista del tiempo


Soy un gato a la sombra
Un poema de agua
Sobre una arista del tiempo…
Niña de mirada precisa
Y corazón exacto…

-¿Cómo vas con eso?
-Igual que ayer y exactamente igual que uno, dos, tres y más días antes de ayer.
-Hace ya varios meses que te obstinaste en plasmar ese poco de palabras que llamas poesía y desde entonces has tenido muy mala cara.
Pretendió no haber escuchado lo último que Elisa dijo y se recostó en el sofá mientras exhalaba un largo suspiro de fastidio. Los ojos le dolían intensamente y la cabeza la sentía como inflada con aire helado.
Ella lo miraba con recelo desde el otro lado de la recámara. Ellos siempre se habían visto con cierto desprecio mutuo; se podría decir que lo que los había mantenido unidos desde que se conocieron, hacía casi tres años, no era ese tipo de amor que la mayoría conocemos, sino una especie de antipatía mórbida. Y esta fue la última vez que se vieron.

***
Susana y Gustavo se hicieron amigos durante sus años de preparatoria y desde entonces se habían vuelto inseparables; hasta esa madrugada de octubre.
         No eran ni las nueve de la noche cuando Gustavo recibió la llamada telefónica de Susana, quien dijo todo cuanto pudo para convencerlo de que la acompañara a la fiesta de su prima.
-Sí, ya te he dicho que voy…
-Promételo.
-No hace falta. En dos horas paso por ti.
-Tu voz no me convence. Mejor yo voy a buscarte y si no estás o te rajas, les cuento a todos sobre tu pasatiempo
A la hora señalada, Susana ya se encontraba en la puerta del edificio tocando el timbre del departamento de Gustavo, quien al poco rato ya estaba abajo con ella. Subieron al carro y se fueron.
-Y… ¿quién hace la fiesta?
-Elisa, una prima que no conoces, no la tolero, pero voy porque espero que tu carácter, tan similar al suyo, la irrite.
-¿Es bonita?
-¡No que va! Es… estamos cerca, es a unas cuantas cuadras.
En efecto, no tardaron casi nada en llegar al lugar. –Quizás no estaba tan lejos o es que Susana si tiene prisa por ver humillada a su prima–. Pensó Gustavo, seguro de poder darle gusto a su amiga. Bajaron del carro y justo cuando Susana se disponía a tocar el timbre, la puerta se abrió de golpe. Era una joven esbelta, de aspecto despreocupado e insensible, a quien la arrogancia le salía por los poros.
         Todo empezó mal entre Elisa y Gustavo, fue rivalidad a primera vista. Elisa era voluntariosa y su impecable manejo del lenguaje, llegaba a tal grado que aunque hubiera estado equivocada, nadie hubiera podido notarlo. Ni siquiera Gustavo, tan culto como era y que, pese a esforzarse toda la noche y la primera parte de la madrugada por encontrar errónea cualquier aseveración de Elisa, y con dicho propósito no se apartó de ella ni un momento.
         Durante la segunda mitad de la madrugada, no sólo daba fin la fiesta, sino también la amistad entre Susana y Gustavo.
-Te traje para que te lucieras frente a ella; no para que iniciaran un romance –dijo Susana entre sollozos.
-Tú no lo entiendes. Debo permanecer junto a ella hasta que se equivoque–. Alcanzó a decirle Gustavo antes de ser abandonado a mitad de la mañana y de una carretera, mientras veía cómo Susana se iba en su carro… Se iba de su vida.

***
Niña de mirada precisa
Y corazón exacto…

-Veo que empiezas un nuevo poema. Pienso que es demasiado concreto. Deberías hacerlo más abstracto y simbólico; la poesía es así. Además le falta fluidez.
-Me gustaría que lo criticaras hasta que esté concluido. No antes.
-Tu narrativa es buena, tal vez debas dedicarte mejor a escribir en prosa...
-No sé por qué te hice partícipe de mi poesía.
-Soy mejor crítica que Susana. Ella se limitaba a reírse de ti. La gente ríe de lo que no entiende y…
-No lo estoy empezando.
-¿Cómo dices?
-Digo que no estoy empezando el poema. Lo estoy terminado.
-Eso no se puede. Debes empezar por el principio.
-Sé lo fanática que eres de los cánones y que en tu cartera tienes fotos de esculturas representando a Heráclito y Aristóteles donde deberías tener fotografías mías. Pero creo que el tiempo no es cíclico sino cúbico y este verso debe representarlo.
Elisa lo vio con molestia y salió de la recámara, tomó su bolsa y salió a la calle. No soportaba tener que abstenerse de argüirle.

***

El tiempo está cortado de manera plana y sólo hay continuidad en donde las aristas convergen. Su transcurrir es exacto, como Elisa. Mi poesía es Elisa… concreta.

Soy un gato a la sombra
Un poema de agua
Sobre una arista del tiempo...
Elisa es poesía
Me escurro sobre ella…

… Su exactitud vertiginosa…

Ignoro si algún día podré terminar mi poesía. Tal vez no quiera armar el cubo poético y temporal porque ese día habré de encontrar el misterio de la Elisa que me absorbe.
En la poesía hay sensibilidad, está hecha para sentirla y no tanto para entenderla y, no obstante, en ella subyace la exactitud de su composición métrica. Quizás no se debiera intentar desentrañar en los misterios de Ella.

***

Ese día, el último que discutieron por una insignificancia, la vio recoger precipitadamente algunos objetos personales que tenía en su departamento e irse, dejándole una extraña y quizás placentera sensación de vacío. Sólo hasta entonces se dio cuenta que la amaba más de lo que la odiaba...

Y si yo la amara más que a mi vida…

…Tú no eres para mí
Ni yo soy para ti.

Pero te amo.

martes, 13 de agosto de 2013

Álbum de estampas


I
Día claro, viento, amor en el aire, una pareja sentada, en una banca blanca del parque otoñal, árboles altos, de copas inmensas, corazones sepia revistiendo el suelo terroso.
Son vistos de manera réproba por los transeúntes.

II
Una familia, caminan en armoniosa coordinación; tomados de la mano van los padres, jóvenes, plásticos, como salidos de un anuncio de Nestlé, se ven con un amor vacuo.
         Sus dos niños juegan detrás de ellos, corren extraviados del mundo.
         Los jóvenes padres ven en una banca del parque otoñal una pareja de homosexuales que se devoran uno al otro en un amor pasional. Ambos los ven con creciente desprecio e indignación.

III
Mismo día, dos niños; niño indiferente, extrañado, niño de azul que mira a un niño de rojo, junto a él. Niño de rojo, antes de blanco.
         Niño de blanco que gime exangüe, tiene la playera teñida de rojo, su hermano le mira de soslayo, sin comprender cómo o de dónde –mucho menos por qué– ha manado esa sustancia roja, líquida, de uno de los ojos de su hermano.

IV
La pareja amorosa de la blanca banca del parque, que se matan en amor, se suicidan, se tiran en un abismo infinito –Amor es muerte– ven repentinamente cómo un hombre y una mujer los observan asqueados desde enfrente, atrás, sus dos hijos; un niño de azul juega a ser pirata y, con una rama da poderosa, mortal estocada en el ojo de su hermano, niño de blanco.

V
         Flores vuelan en torno a los hombres y mujeres que pasean, flores que flirtean, juegan en ese parque otoñal; flores de colores, libres, flores que se posan en otras flores, cuyas raíces sí se encuentran en la tierra.
         Catarinas observan confundidas cómo la gente gusta de complicarse la vida. El amor es muerte, ausencia, el único camino hacia la vida es la muerte. Las catarinas y las flores que vuelan lo saben.

martes, 6 de agosto de 2013

Al pie de tu estatua muerta

A Wilhem von S.

Desperté un día, cansada, exhausta, apartándome los sueños aún enredados entre mi cabello tan enmarañado, sentí como si hubiera estado trabajando toda la noche,  piqué un poco de hielo y puse agua a calentar. Desde que me enviaron tu estatua no he hecho otra cosa que levantarme cada día y preparar té helado, luego acomodarme al pie de tu estatua y esperar. Mi favorito es el té verde, lo he probado con anís y si embargo es solo como mejor lo disfruto, dicen que tiene extrañas propiedades capaces de alterarnos psíquicamente pero eso es algo que aún no he comprobado.
            Aquel unicornio crepuscular que una vez me enviaste lo conservo todavía, no molesta y es hermoso, le gusta mucho cuando sueño con lugares extraños aunque entristece cuando estoy por despertar porque sabe que tendrá que quedarse solo por varias horas. Así es como transcurren mis mañanas, platicándote mientras bebo mi té.

            Así que ese día tuvo la particularidad de que desperté como apaleada sin saber por qué, aunque intuyo que está relacionado con algo que escribí para ti. Algo infructuoso ya que en esa ocasión no sólo esperé en vano a que tu estatua también conversara conmigo, sino que en ese momento ignoraba que tu estatua ya estaba muerta.

sábado, 23 de febrero de 2013

Al cuarto para las 11

Entre folk rock e indie llegan casi las once de la mañana, Gina pinta pájaros sobre el cristal de su ventana y Renato se contenta con el crujir del cereal entre sus mandíbulas. Ese masticar tan mecánico, exento de cualquier tipo de placer que conlleve el comer, es lo que impulsa a Gina a no dejarse alienar por nada electrónico, ni teléfonos móviles, ni computadoras, ni videojuegos –como los de su hermano– ni aún la televisión; ella prefiere el autodidactismo de su guitarra y practicar por las tardes con la patineta. Como cada sábado, ellos están solos en casa.

Renato se levanta con su reloj biológico puesto al cuarto para las once y sin quitarse la pijama desayuna, luego juega toda la mañana hasta que algo le dice que pronto han de llegar sus padres, que de un momento a otro se escucharán murmullos en el pasillo, el tintineo de las llaves y lo siguiente que va a escuchar son exclamaciones y sermones inconexos sobre el desorden de la casa, el tiempo que pasa Renato con los videojuegos y su incapacidad de siquiera haberse quitado la pijama en todo el día.

Gina es a su modo más productiva, se levanta y hace su cama, se dirige hacia el refrigerador y saca cualquier cosa, la caja de leche o el bote de yogurt, come y regresa a su recámara, se arregla, antes de salir toma la patineta -o la guitarra- y las llaves, le exaspera que a su regreso tenga que esperar tanto a que Renato le abra la puerta. El que su hermano tarde un poco más de lo normal en abrirle, implicaría que se encontrara a sus padres en el pasillo y que la primicia de la reprimenda se la llevara ella, que no alcanzaría a llegar hasta su dormitorio y atrincherarse en él.

Los padres han estado ausentes desde antes de las nueve de la mañana y no volverán a casa hasta pasado el medio día, cuando Gina haya terminado de pintar su último pájaro y Renato lea el GAME OVER en la pantalla de la televisión.

Renato escucha una fricción cuyo ritmo percibe más allá del tintineo de la cuchara sobre su plato con cereal e infinitamente más allá del crujir de la comida entre sus muelas. El ruido es lo suficientemente poco habitual como para empujarlo de su ensimismamiento y el chico se levanta decidido a rastrear el origen de aquel sonido rítmico que sin embargo, luego de haberse parado se torna cada vez más difuso. Lo primero que aturdió al muchacho fue el exceso de luz en la sala de estar y los acordes extraños de alguna canción puesta por su hermana.

Hubiera sido una reacción lógica dejar de lado las percepciones e ir directamente a la recámara de Gina, pero Renato no usaba la lógica si no estaba situado en un entorno que no fueran los videojuegos. De modo que extendió sus manos al frente y palpando el aire llegó hasta la puerta del baño contiguo a las recámaras y vio a su hermana sentada en el piso rodeada de gises de colores y la oyó murmurar enajenada algo que no pudo hilvanar: “Mi golondrina de bolsillo tiene un vuelo… Ya está todo, menos la sala de estar” y en efecto, Renato pudo comprobar que cada superficie de vidrio del departamento estaba decorada con pájaros de colores excepto los de la ventana del saloncito. Renato, quien no acaba de comprender y que tampoco quiso hacerlo salió del baño con rumbo al salón. “Le quedan pocos minutos” pensó sin saber por qué y no volvió a pensar en el incidente hasta mucho tiempo después.

Una pequeña y muy colorida golondrina disecada a cuya pata fue adaptada una argolla para llavero fue encontrada por Gina en una banca del parque apenas una semana atrás, un pajarillo que había ocupado la mente de Gina con pájaros y flores.

La campanada once del cucú en la cocina coincidió con el último fric sobre la ventana del saloncito y la inesperada aparición de letras rojas en la televisión de atrás. Una hora después se oyeron murmullos en el pasillo y un tintineo de llaves, luego la puerta se abrió y los padres entraron.

Una mañana, faltando muy poco para las once un joven que trabajaba sentado frente su ordenador palideció con el repentino pensamiento de si realmente fue hijo único o si había tenido una hermana súbitamente desaparecida años atrás.