A Wilhem von S.
Desperté un
día, cansada, exhausta, apartándome los sueños aún enredados entre mi cabello
tan enmarañado, sentí como si hubiera estado trabajando toda la noche, piqué un poco de hielo y puse agua a calentar.
Desde que me enviaron tu estatua no he hecho otra cosa que levantarme cada día y
preparar té helado, luego acomodarme al pie de tu estatua y esperar. Mi
favorito es el té verde, lo he probado con anís y si embargo es solo como mejor
lo disfruto, dicen que tiene extrañas propiedades capaces de alterarnos
psíquicamente pero eso es algo que aún no he comprobado.
Aquel unicornio
crepuscular que una vez me enviaste lo conservo todavía, no molesta y es
hermoso, le gusta mucho cuando sueño con lugares extraños aunque entristece
cuando estoy por despertar porque sabe que tendrá que quedarse solo por varias
horas. Así es como transcurren mis mañanas, platicándote mientras bebo mi té.
Así que ese día tuvo
la particularidad de que desperté como apaleada sin saber por qué, aunque
intuyo que está relacionado con algo que escribí para ti. Algo infructuoso ya
que en esa ocasión no sólo esperé en vano a que tu estatua también conversara
conmigo, sino que en ese momento ignoraba que tu estatua ya estaba muerta.