lunes, 24 de octubre de 2011

memoires sur eau du mere

El encabalgamiento de tu recuerdo

Algo se rompió dentro de mí
al ver por última vez
tu mirada de ojos de gato de uva
de cielo frío
de mar sin noche
sin brillo sin luna
sin plata sin tus canas
en negro en mis manos sonámbulas,
que te acariciaron
esa mañana sin día…
en el instante eterno
de un ayer sin memoria en el futuro.

viernes, 13 de mayo de 2011

La loca y el péndulo

Acto uno. Escena uno.
Un cuarto a media luz una mujer desaliñada y de ropas raídas entra y se sienta en el piso extrae un péndulo de cuarzo blanco de su ropa y lo coloca a cierta distancia del suelo.
-          Quiero hablar con Gustave Meyrin. ¿Está él? – dice.
-          No  – le contestan al otro lado.
-          Y Thomas Mann ¿se encuentra?
-          Sí.
-          Bueno pero no quiero hablar con él. ¿Acaso Gustav dejó dicho a dónde iba?
-          No.
-          Tal vez ha ido a visitar a ese amigo que le llama desde Buenos Aires… ¿No?
-          Sí.
-          Llamaré más tarde entonces gracias.
La mujer desaliñada y de ropas raídas deja caer el péndulo en el suelo y se levanta. Sale del cuarto.
Acto dos. Escena uno
La mujer entra al cuarto y se sienta en el piso levanta el péndulo que había dejado en el suelo y lo sostiene con una mano.
-          ¿Está de vuelta Meyrin?
-          No.
-          ¿Eres poeta?
-          No.
-          ¿Novelista?
-          Sí.
-          ¿Ensayista?
-          No.
-          ¿Cuentista?
-          Sí.
-          ¿De casualidad eres Le Fanu?
-          Sí.
-          Vaya yo te admiro como no tienes idea debí suponer que eras tú pero como lo último que quiero es que tu titánico talento comunicacional termines usándolo como oficinista de cuarta me despido.
La mujer dejó caer por última vez el péndulo y salió del cuarto no sin antes encender la luz y luego cerrar la puerta tras de sí.

jueves, 24 de marzo de 2011

Micro estampa

Habitación en desorden, muchacha sola, tirada de forma diagonal en una cama sin tender; drogada, susurra: “Mami, mami, mami, abrázame…”, lo repite constantemente intercalando cientos de juramentos distintos, sobre que haría lo que fuera, pagaría cuanto fuera porque sus madre estuviera ahí abrazándola.  Repentinamente se ve estremecida, ha sentido el abrazo materno, etéreo y frío. El reloj marca las tres de la madrugada. La cama vacía. La muchacha no es vuelta a ver por ninguna parte nunca más.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El café del fin del mundo

Por: Guillermo Karstein
Hastío.
Esa mañana él se había levantado sin ánimos de verla. Sólo quería un café.
            Esa tarde hubiera sido la segunda cita y extrañamente él ya se sentía hastiado. Sus amigos le habían advertido que la chica le aburriría pronto pero nunca pensó en qué tan pronto.
            El último de sus desengaños amorosos, con Martha, aquella cautivante morena, que era la tercera en haberlo dejado por otro, le hiso darse cuenta que el amor no existe, que lo que existe son los enamorados, y él siempre había vivido enamorado.
Martha, al irse con otro, se había llevado consigo el último trozo de su niñez. Escapándose con tus sueños a las doce de la realidad le había dicho uno de sus amigos una ocasión después de haber fumado marihuana. No era así, la que se había escapado llevándose todo su onirismo y lo había soltado de pronto a mitad de la más cruda realidad, fue Sofía, Sofía de cabellos de fuego. Al recordar esto sólo atinó a darle un sorbo a su café.

Alas doradas.
Era un niña todavía cuando sin ningún motivo, hiso un día su maleta y salió de la casa ´para no volver.
Tiempo después ya daba pequeñas pero muy épicas representaciones ambulantes, materializaba a medias ensoñaciones que muchos de sus espectadores poseían sin haberse dado cuenta. Sus lugares favoritos de trabajo eran las plazas públicas de la ciudad del cielo.
Entre puñados de artistas vagabundos que ahí residían, la única que ejercía el mayor magnetismo sobre el público era ella.

La coincidencia.
Era la primera vez que Bruno iba al festival de ese lugar. Desconocía de la magia de la zona y de los errabundos artistas que daban vida al festejo de aquellas fechas.
La cuidad se caracterizaba por sinuosas callejuelas atestadas de gente y túneles  que alguna vez habían sido acueductos y donde ahora circulaban los automóviles. Al penetrar en aquellas galerías de piedra, era inevitable que cada automovilista tuviera la sensación de un descenso a las entrañas de la tierra, incluso Bruno lo percibió durante su tour por la ciudad a bordo de aquel autobús para turistas. Paradójicamente, una vez afuera, junto a las altas construcciones de corte colonial, o en cualquiera de los muchos puentes, se tenía la impresión de estar en una ciudad en el cielo.
En su segundo día de recorrido, mientras caminaba por la plaza de san Fernando, se detuvo frente a un circo en miniatura; la artista era una mujer no mayor de treinta años y de peluca oscura, que con gran maestría maniobraba unas coloridas marionetas de trapo. Esa gitana me recuerda algo… no sé que, murmuró al vacío una mujer junto a él, mientras Bruno sonreía con una sonrisa de ensoñación infantil ante la aparición en escena del sabio vagabundo.
Una vez terminado el espectáculo continuó su deambular plaza por plaza. Se detuvo algunos minutos después a mitad de un jardín público para tratar de recordar dónde había visto un baño. Con la vista desorientada y las ansias en la parte baja, se percató de la mirada insistente de una pelirroja que, sentada en una banca frente a él, fumaba algo que Bruno creyó que era marihuana.
-          Estabas entre el público en san Fernando – Le dijo la pelirroja al tiempo que se acercaba –. Pensabas en esos sueños raros, resultado de los cuentos que te referían siendo niño, un abuelo tal vez…
Bruno no supo cómo reaccionar ante las acertadas afirmaciones de aquella que resultó ser la titiritera. Tampoco volvió a acordarse que antes de eso había necesitado un baño, en cambio de eso le rogó que aceptara tomar un café con él.
La titiritera, que se había obstinado en no decirle su nombre, le explicó que para poder dar vida a los personajes de su circo, era imperioso percibir cada sensación producida para luego reproducirla magnificada.
-          Tú no trabajas con marionetas, trabajas con sueños y tus manos dan vida  –. concluyó Bruno, recordando además, a la mujer que había estado junto a él durante el espectáculo, a lo que la titiritera asintió para después terminarse de un trago lo último que quedaba de su café.

Peregrinos.
Mientras esperaba el taxi para ir a su trabajo, empezó a observar todo a su alrededor: …el conductor de ese taxi ocupado, con su mediana edad y que pese a no tener un futuro prometedor, se esfuerza por trabajar, ganar dinero, mantenerse él y quizás a su familia… aquella jovencita con pinta de universitaria, que incluso siendo mujer en un país machista, va a  contracorriente, tratando de ser alguien… todos sin darse cuenta, aferrándose a la vida, la vida… no es a la vida a lo que se aferran, es a su Vida, porque cada quien tiene la suya, y  si alguien muere del otro lado del mundo o incluso del otro lado de la calle, a mí no me afecta. Después abordó un taxi y dejó sus cavilaciones.
A la salida de su trabajo tropezó con una mujer algo vieja, que curiosamente no tenía una sola cana en su cabellera de un rojo profundo. No de inmediato, si no unos segundos después, Bruno creyó reconocer en ella a la titiritera.
-          No, nosotros no nos conocemos. Una vez, en la ciudad del cielo, que es donde vive la titiritera, estuvo Bruno, un joven deseoso de escapar de la caótica realidad citadina, y una mañana ellos coincidieron. Bruno jamás regresó a la ciudad del cielo ni volvió a ver a la titiritera.
-          Dejemos las ensoñaciones, hace ya mucho, incluso antes de conocerte, que yo dejé de soñar. ¿Qué es eso de la ciudad del cielo? Vamos, te invito un café…
-          Sofía, esta que vez es Sofía.

El descenso al inframundo.
Bruno bajó abstraído las escaleras de la estación del metro y cuando llegó al andén el metro aún estaba ahí, con las puertas abiertas, dudó un instante y luego abordó el vagón. Era muy temprano todavía y reinaba un silencio casi total, los vendedores ambulantes estaban ausentes. Todas esas personas calladas daban la impresión de estar en el inframundo, todos en silencio, pensando en su propios problemas, en una especie penitencia infraterrena.
Cuando llegó al café Sofía ya estaba ahí.
-          ¿Qué es eso que me dijiste la otra vez, eso de que todos jugamos roles? – inquirió Bruno.
-          Eres abogado en tu trabajo pero no puedes luego llegar a tu casa y hablar de leyes con tu mujer y tus hijos. Yo no puedo ser aquí la titiritera, aquí soy una indigente.
-          No estoy casado. ¿Quieres decir que ya no eres aquella, o sólo dices que aquí eres otra? Eres muchas entonces
-          Somos multiplicidad –finalizó ella antes de pedir a la camarera un expreso doble.

La flautista de Hamelin.
Camila, tal vez no fuera ese su nombre pero así le decían a aquella virtuosa del violín, que había llegado no se sabía de dónde y que por aquel tiempo estaba en la capital.
            Sofía acostumbraba vender pulseras de hilo que entretejía con gran habilidad y que ocasionalmente ornamentaba con semillas y cuarzos. Ruth tendría unos diez años por ese entonces y Camila siempre tocaba junto a ellas para atraerles compradores, era una herramienta mercadotécnica fabulosa aquella de atraer mediante la música y la danza de la enervante violinista.
            Hasta antes de conocer a Camila, Sofía no había probado jamás ningún tipo de sicotrópico, ni la pequeña Ruth había experimentado tal atracción por persona alguna, fue por eso que la violinista se volvió parte intrínseca de las dos. Camila le transmitió a Sofía sus técnicas de percepción y fascinación, así como la manipular los sueños y el tacto mágico capaz de dotar de vida a lo inanimado. Ella debía percibir las emociones del público a través de cada gesto, de cada mirada…, e interpretar sus ensoñaciones, que son, según explicaba Camila lo que se debe manipular para ejercer la fascinación y que el instrumento es, invariablemente el tacto. Eso era lo que ella hacía con el violín y la danza, eso fue lo que sin saberlo Sofía, la violinista le daba a cambio de su hija.

Un último café.
-          También conocí a Camila –le dijo Sofía a Bruno, quien no supo cómo reaccionar.
-          La conocí después de ti, cuando tu hija Ruth tenía diez años.
-          Tengo una hija…  –dijo meditabundo para después preguntar: – ¿dónde está ella?
-          No sé, pero imagino que es feliz. Estuve mucho tiempo aquí con ella, vendía semillas, cuarzos, ese tipo de cosas que se trabajan con hilo y pinzas, Camila tocaba el violín muy cerca de nosotras, al principio de manera fortuita y después intencional, ella atraía compradores, ya sabes, toca de manera excepcional… Fue por ella que yo aprendí mi propio arte.
-          Mi hija se fue con Camila.
-          Cuando estuve lista me pidió que no me quedara, que fuera a la ciudad del cielo y debutara allí. Después se fue llevándose a Ruth.
-          “Luego la titiritera y Bruno coincidieron en la ciudad del cielo…”
Una vez que Bruno terminó de escuchar el relato de la Sofía casi indigente que tenía frente a sí, adquirió plena conciencia de que todo se dirige siempre a su propia destrucción. No quedaba ni la sombra de aquella muchachita algo menor que él, la cual hace ya mucho se había escapado con sus sueños a las doce de la realidad.
En paralelo, Sofía continuaba construyendo mil imaginerías y convenciéndose que incluso cuando la titiritera se topara con un desoñado como aquel Bruno que había conocido años atrás, ella podría devolverle sus sueños expuestos en plena realidad. Al mismo tiempo caía en la cuenta de que, tanto ella como la titiritera, teniendo una especie de alas doradas, como las de Camila, jamás estarían atadas a nada, ni siquiera a sus vidas, y que no debían purgar culpa alguna en el silencio mortuorio de una ciudad donde nadie escucha a nadie.
Después de un eónico silencio, ambos levantaron la vista y sus miradas se encontraron un segundo, luego cada uno por su parte dio un sorbo a su café.


La cuenta cuentos.
De pie en una acera, Martha escuchaba la historia que una jovencita de cabello levemente rojizo interpretaba de la manera más épica que hubiera escuchado antes, y sólo por un momento, Martha tuvo la sensación de identificarse con la morena del principio.

miércoles, 26 de enero de 2011

Poema árabe

Lunes 3 de enero de 2011
11:54 pm.
Poema I
Del rey poeta árabe a su danzarina favorita, la que aún no tiene

Tus ojos son palmeras de un oasis mecidas por el viento y tus mejillas dos rosas en flor, guardas en tu alegre sonrisa la ingenuidad de una aurora (tienes en la sonrisa una ingenua aurora) y viento matinal en las manos. La piel que envuelve tu alma tiene la forma de las más tenues dunas, tu andar es de gacela y tu risa el murmullo de una fuente. Dime pues –dijo a otro–, si mi musa no la he creado de extraordinaria belleza.