No eres el
centro del universo. En estos mismos momentos está siendo el peor día en la
vida de alguien más que no eres tú. El orden cósmico no ha colapsado porque hoy
perdiste la cartera, punto.
Recapitulas. No la perdiste porque ayer llegaras ebria a tu casa, no la
dejaste caer cuando te detuviste a comprar cigarros y una bebida energética, lo
que perdiste entonces fue la recién comprada cajetilla con contenido neto de
veinte jodidos e intactos cigarros; no la dejaste fuera del bolso cuando lo vaciaste
para buscar lo que perdiste primero, no se quedó en ninguno de los sillones de
afuera de tu casa cuando subiste con tu novio y platicabas, ni siquiera la
sacaste; cuando volviste a salir por otra cajetilla ni siquiera la tocaste, él
te compró la segunda cajetilla porque estabas a punto de estallar en una crisis
de histeria –e histeria es un eufemismo.
Definitivamente la cartera jamás salió de la bolsa. Cuando entraste a tu
casa y despertaste a tu amiga para que te acompañara a tomar un café sólo tomaste
del bolso el teléfono y su cargador. ¿Entonces por qué hoy en la mañana cuando
saliste para esa cita de trabajo se te ocurrió pensar que tal vez no llevabas
la cartera negra que tanto te gusta, y revisar?
Esa sensación de desamparo que tanto te disgusta está ahí, coludida con
la intriga de la pregunta “¿dónde carajo está?”. Perdiste junto con una cartera
que lleva años contigo -entre otras cosas-, tu identificación oficial, cuatro
tarjetas bancarias y dinero en efectivo, además de utilísimas tarjetas de
presentación que gente con la que has trabajado te dio.
Desglosas tu tragedia. La identificación te resulta imprescindible por el
tipo de trabajo que tienes y no puedes volver a tramitarla hasta dentro seis meses,
cuando haya concluido la temporada electoral que –joder- apenas inicia. Una de
las tarjetas es de nómina, vinculada a tu trabajo y aún tenías dinero ahí, el
necesario para sobrevivir hasta el siguiente pago. Del dinero en efectivo que
llevaba tampoco hablemos. Estás desamparada.
Pero claro, pareciera que hoy concretamente, el universo confabula contra
ti. Porque te diriges al banco a solicitar informes sobre cómo solucionar tu
situación y te das de frente contra la puerta cerrada de la institución
bancaria. ¿Día festivo? ¿Fallo en el sistema? ¿Evacuación por pandemia zombie?
Como sea mejor te vas.
Necesitas apoyo moral, no te gusta reconocerlo pero así es. Ha cruzado
fugaz por tu mente el primer instinto: quieres a tu mamá; pero ella está lejos
y tú sola aquí, más aún, ella no podría resolver ese tipo de situaciones debido
a su escasa instrucción en el tema, pero si quieres continuar cavando en la
tumba de la desolación entonces recuerda que ella es ya muy mayor y ahora eres
tú quien está empezando a ver por ella. Listo, ya puedes tumbarte en posición
fetal.
Pero por supuesto que serás tú quien al final resuelva todo, eso lo
supiste desde que te resignaste a no volver a ver la cartera y su contenido,
pero vamos, un abrazo ahora sería un estimulante bárbaro, sólo que claro, no
hay a quien pedírselo y tampoco es que seas de esas que van por la calle
regando las plantas con sus lágrimas, así que ya está, tendrás que hacerlo,
dile a “él”, sí, adelante, muéstrate en todo tu frágil esplendor y dile adiós a
la reputación de maldita insensible que tanto te ha costado forjar, recuerdas
que no hay nada que odies más que hacerla de damisela en apuros.
Bueno, el caso es que envías un mensaje exponiendo tu endeble estado
emocional, pero resulta que hoy es ese día cuando los hados, bebiendo en un pub
dijeron “¡miren ahí está, hagámosla infeliz y juguemos con su fortuna!”; de
manera que el mensaje no llega a su destino y nuevas interrogantes desbordan
torrenciales. ¿No tengo saldo? Lo que me faltaba… ¿Él no tiene saldo? No lo
creo… ¿Se averió la red de telefonía celular? Si es así debo caerle muy mal a
Dios.
Y en efecto, parece que le eres de lo más antipática, pues eso fue lo que
pasó. Pero déjame recordarte algo ya había dicho: No tienes ni la millonésima
porción de importancia que crees tener; el universo no conspiró en tu contra,
fuiste un daño colateral dirigido contra alguien que sí importa.
Alguien en el otro extremo debía pagar hoy para no perder su casa. En
dirección equidistante a esa persona otro esperaba la llamada que definiría su
vida. Incluso cuando llegaste al trabajo escuchaste a varios compañeros
despotricar contra la suerte, pero los suyos sólo fueron contratiempos, contigo
las desgracias decidieron reunirse a tomar un cócktail.
Perdiste de manera misteriosa un objeto del que dependen infinidad de necesidades
cotidianas y lo hiciste justo el día en que la red de telecomunicaciones
colapsa así que estás detenida, a eso súmale que no podrás contar con
identificación hasta nuevo aviso –dentro de seis meses o incluso más-, pero tú
sólo eres un número más, una línea en las gráficas, un punto en las estadísticas
de gente a la que un fallo en la red, la temporada electoral o cualquier otra
cosa, les arruinó algo mucho mayor.
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